«En las fotos de Sudek Praga parece suspendida en el tiempo, desdibujada en las luces ambiguas de los atardeceres y los amaneceres, deshabitada y silenciosa en noches húmedas de invierno, en noches con la fosforescencia de la niebla o la nieve atravesadas por tranvías como submarinos con un faro encendido en la proa. Pero ésa es la ciudad asediada y convulsa a la que acuden refugiados de media Europa según avanza el nazismo, la que contiene el aliento cuando en noviembre de 1938, en el pacto infame de Múnich, los británicos y franceses aceptan que la mitad del país sea amputada para entregársela a Hitler, la que en 1939 es ocupada por el ejército alemán y por los eficaces carniceros de la Gestapo, la que sólo unos pocos años después del final de la ocupación nazi sucumbe a la mascarada de un régimen comunista mangoneado por los soviéticos. La Praga que estuvo en el corazón de Europa se volvía remota tras el hermetismo del Telón de Acero: así la vemos en estas fotos de Sudek de los años cincuenta que se muestran ahora en Madrid, en una sala recóndita del Círculo de Bellas Artes. Una ciudad de plazas sin tráfico y noches deshabitadas en las que todavía perdura el escalofrío del toque de queda, de estatuas enfáticas en las cornisas de los edificios, de cristales de ventanas empañados por la condensación, de jardines en sombras comidos por la maleza que exhalan un olor profundo a tierra húmeda y hojas empapadas. En el silencio unos pasos suenan sobre los adoquines, una respiración jadeante. El hombre insomne de la espalda torcida camina por la ciudad en busca de aquella luz de amanecer que vio sólo dos veces en su vida, el día en que le amputaron el brazo, el día en que lo buscó varios años después como extraviado en un sueño. »
El caminante de Praga, por Antonio Muñoz Molina, El País Semanal, 11/04/2009, ler aqui crónica completa.
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