Ilustración de Rockwell Kent para una edición de Moby Dick de los años treinta(El País)
«Moby Dick es la clase de obra maestra que uno siempre cree distraídamente haber leído, envolviendo su ignorancia en el engaño de la familiaridad: la ballena blanca, la demencia de Ahab, los símbolos evidentes, etcétera. Yo me puse a leer Moby Dick hace unos años creyendo que la conocía y descubrí una novela imposible, lóbrega, que unas veces era un relato de aventuras y otras una enciclopedia compilada por un loco, que venía tempestuosamente de la Biblia y de Shakespeare y parecía anticipar a Conrad y a Joyce, que se perdía en divagaciones más bien impenetrables y emergía luego en largos pasajes luminosos; una novela sobre una mente trastornada que tenía algo de trastorno ella misma; que quería atrapar la forma de un animal inconcebible y cobraba la forma de ese mismo animal; y que le afectaba a uno físicamente, lo mareaba, lo enaltecía como a los marineros que escuchan los desvaríos oratorios del capitán Ahab; lo intoxicaba al sumergirlo en escenas larguísimas de una crueldad literalmente sanguinaria que va más allá de las matanzas de La Odisea o del paroxismo caníbal de Tito Andrónico: las arterias cortadas de una ballena anegando a los marineros en torrentes de sangre; el mar hirviendo de tiburones que se matan entre sí compitiendo por los despojos de la ballena recién descuartizada.»
Antonio Muñoz Molina, El País de 08/08/2009, ler aqui artigo completo.
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