Luís António Cardoso da Fonseca Mail: luiscardosofonseca@hotmail.com

domingo, 8 de julho de 2007

Regine Crespin

RUBÉN AMÓN
PARÍS.- Extraña la epidemia veraniega que se abate sobre las sopranos de leyenda. El lunes moría Beverly Sills, expresión canora de la coloratura, de la acrobacia, del refinamiento. Y el jueves falleció en París Regine Crespin, coetánea de la colega norteamericana, aunque la recatada maestra marsellesa pertenecía a la estirpe de las sopranos dramáticas. Fue mariscala de Strauss y sacerdotisa de Wagner.
De hecho, Regine Crespin fue capaz de elevarse a la colina sagrada de Bayreuth para convertirse en la Kundry de Parsifal. La cantante era un extraño ejemplo de frescura, de versatilidad y de expresividad.
Imposible olvidar sus 'pianissimos' y su dicción. Tan valiosos como su capacidad para matizar las frases, colorear las notas, desenvolverse en un amplísimo registro vocal: empezó la carrera como soprano de porcelana y la terminó como una 'mezzo' forjada en el brillo atenuado de los metales nobles.
Tenía que morir en verano. Tenía que convertirse en el cameo de 'Le nuits d'été', sobrenombre de un ciclo de canciones que Héctor Berlioz había escrito a medida de Regine Crespin muchos años antes de que la musa hubiera nacido. Porque nadie como ella interpretaba el pasaje sobrecogedor de 'El espectro de la rosa'. Berlioz le dio forma inspirándose en el poema homónimo de Gautiera.
Ahora se ha convertido en mortaja y en epitafio: "Mi destino fue digno de envidia, y por tener un destino tan bello más de uno habría dado su vida; pues en tu pecho tengo mi tumba, y sobre el alabastro donde reposó un poeta con un beso escribió: 'Aquí yace una rosa que todos los reyes envidiarán'", cantaba Crespin. La muerte le ha sorprendido a los 80 años.
Se retiró en 1990 con un recital crepuscular y emotivo. Vivía refugiada en un coqueto apartamento de Pigalle, con fama de huraña y de solitaria. No le gustaba ver fotos ni escuchar grabaciones antiguas. Les encontraba defectos imperdonables, aunque los melómanos discrepan con la diva objetivamente.
¿Las pruebas? Al margen de la versión histórica de Les nuits d'été (Decca) a las órdenes de Ansermet, descollan e impresionan su implicación en 'El caballero de la rosa', con Georg Solti, y su concurso en 'La Valquiria', de la mano de Herbert von Karajan. Son el testamento de una carrera cuyo origen se remonta a 1946, cuando Crespin tenía 15 años y entró en la escuela de cantantes de Madame Kossa.
Al año siguiente, el concurso organizado por la revista Opera le permitió obtener una beca para pagarse los estudios de élite en el Conservatorio de París. En 1948, Crespin debutó profesionalmente en Reims como protagonista femenina de Werther (Massenet), aunque tuvo mayor repercusión su bautismo wagnerniano.
Sucedió en el modesto teatro de Mulhouse con motivo de un montaje de Lohengrin que llamaría la atención de la Opera de París y del hermético festival de Bayreuth. Fue el inicio de una carrera internacional que le permitió coleccionar medallas y rosas en todos los coliseos líricos del planeta. Incluido el Liceo de Barcelona, donde la soprano francesa se confirmó en 1961 como una sublime Sieglinde.
La afinidad al repertorio germano se concedió notables excepciones en otras lenguas. Crespin fue Desdémona (Otello) y fue Tosca. Estrenó mundialmente 'Los diálogos de carmelitas', de Poulenc, e incluso tuvo tiempo de reciclarse como una mayúscula Carmen de Bizet.
A mediados de los 70 se empleó como profesora de canto en el Conservatorio de París. Era una manera de reconciliarse con sus orígenes académicos y de buscar nuevos estímulos profesionales. Crespin publicó un libro de memorias en 1982 ('La vida y el amor de una mujer') donde quería mirarse al espejo y reconocerse sin grandilocuencia. Modestia de una diva que tiene en su honor la creación de un tipo de rosa con su nombre. Y con su espectro.

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